Un perro había robado un hermoso trozo de carne en la carnicería: a los perros les gusta la carne, y como no se les ha enseñado a distinguir el bien del mal…
Pues bien: nuestro perro había cometido su hurto sin dudarlo un momento y con la conciencia bien tranquila… Volvía a su casa con el trozo de carne entre los dientes, pensando en el festín que se daría al abrigo de miradas indiscretas.
Pero para llegar a ella, el ladrón tenía que bordear un río, en el cual se miró…
Y vio aparecer en la lisa superficie del agua… a otro perro que tenía entre sus dientes otro trozo de carne. Un trozo bastante más grande que el suyo.
También el perro que veía en el agua era más grande y más fuerte que él; pero no se movía y parecía pacífico. Así, nuestro perro se convenció de que con enseñarle los dientes, su colega abandonaría prontamente su comida.
Abrió, pues, la boca, ladrando lo más ferozmente que pudo, cuando, ¡plaf!, el trozo de carne que sujetaba con los dientes cayó al agua, desapareciendo al punto junto con el otro perro y el trozo de carne.
Asombrado y entristecido, nuestro perro esperó un momento que la onda se calmara y la superficie fuera nuevamente lisa. Pero si el perro reapareció al punto, no ocurrió lo mismo con el trozo de carne, que estaba en el fondo del río…
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