Entre mis amigos, que ya no pretendo que sean muchos sino que sean buenos, tengo uno que, como otros, es amigo desde siempre, desde que éramos niños. Se llama Pedro. Hoy, quiero escribir sobre él.
Como amigos siempre nos hemos respetado, y como compañeros o rivales de muchas aventuras vividas también habremos tenido nuestras diferencias, aunque yo ya no las recuerde.
Compartimos muchas horas jugando a las damas bajo la sombra de un Evonivus, era uno de los mejores rivales que pude encontrar. Y estoy seguro que él también recordará aquellos desafíos al mejor de 100 partidas.
También fuimos competidores en la recogida de algas, muchas veces en Lastrón, durante años. Siempre queríamos coger más que el contrario, pero nunca deseamos que el otro tuviera un tropezón y se hiciera daño o se cayera subiendo las escaleras de piedra que años atrás había hecho el inolvidable Mantxu.
Y también trabajamos juntos durante un tiempo, en la fábrica GUMMAGAR. Pedro era un buen obrero, un trabajador disponible y un buen compañero.
Hubo momentos en nuestras vidas que no tuvimos mucha relación, pero nunca perdimos la amistad ni el respeto y un día, en un momento difícil de mi vida, me llamó para saber que él estaba ahí, por si yo necesitaba algo.
Después, poco más tarde, los días grises llamaron a su puerta y entraron en su vida y ahora, aunque siempre dando muestras de su raza y de su sangre, a veces, le veo caminar cabizbajo y triste.
No me gusta ver a mis amigos así.
También ha trabajado de vigilante algún verano. Desde la vista de mi privilegiada terraza les observo siempre y Pedro era un vigilante comprometido con su labor, de los que cumplían el horario, serio, con la amabilidad que hay que tener cuando hay que atender a una persona que te quiere preguntar algo y con la impronta que hay que tener también cuando algún listo quiere tomarte el pelo. No todas las personas que trabajan de vigilante funcionan así. Cada verano veo más de uno y más de dos vigilantes y hondartzainas florero. Pedro no es un vigilante florero. Dije un día que él era uno de los mejores en su labor. Y no lo dije porque fuera mi amigo, sino por que era lo que mis ojos veían.
Ahora estaba ilusionado con poder hacer ese curso de vigilantes que ha promocionado una parte de nuestro ayuntamiento (y digo una parte porque, en nuestro ayuntamiento, los que mandan, el PNV, lo dispone todo sin contar con la oposición).
Mi amigo Pedro se apuntó a ese curso pero al ir a preguntar le han dicho que no le admiten y la única respuesta es que "sobra gente" y "no pueden coger a todos". No me gusta que desprecien a mis amigos, no por que sean mis amigos, sino porque, como hijos de este pueblo, merecen más respeto y consideración.
Me he acercado esta mañana a ver las bases de ese curso de vigilantes. No dice en ellas que tendrán preferencia los recomendados por los caciques del pueblo y los parientes de reconocidos lameculos. Seguramente, se les olvidó poner ese mérito.
Dice que hay que estar empadronado. Sin más, como pasa siempre en este pueblo mangoneado por unos pocos impresentables. ¿Empadronado cuándo?. Eso permite que hoy uno se empadrone y mañana se apunte a hacer ese curso y le admitan porque está empadronado en Zierbena. Es un engaño, es una burla y es una trampa. Y siempre se repite (recordáis lo del biodiesel, podéis buscar en este foro mis post sobre ello).
Mi amigo Pedro está contrariado. Mi amigo Pedro está triste. Y yo quiero apoyarle, quiero animarle y quiero decirle que él sirve para ese curso y sirve para ser vigilante y que es cumplidor y que es buen trabajador, de los que da la cara, de los que se implica y de los que valen.
Pero en este pueblo no se puntúa la valía personal. Vivimos en un pueblo lleno de trabajadores florero, de servilismo, amiguismo y estómagos agradecidos.
Hoy mi amigo Pedro estará triste y contrariado. Tiene razones para estarlo. Yo también lo estoy, con razones o sin ellas.
Quiero enviar mis ánimos a mi amigo Pedro. Sé que es poco, pero yo soy un hombre pobre y no tengo mucho más para darle. También tengo un abrazo y también se lo quiero dar.