Una vez leí que la montaña es el mejor campo de entrenamiento porque en ella los peligros son reales. Están o no están, no hay simulaciones. Iñaki era navarro y había ascendido ya a doce ochomiles sin casi despeinarse. Cinco días a 7400 metros son prácticamente inaguantbles. La falta de oxígeno artificial, que ya estaba en camino, ha hecho que el edema, sumado a la lesión cerebral y la congelación de las extremidades, el "rubio" decida quedarse en el Annapurna para siempre.
Lo más emotivo de todo esto, es que cuando se dio aviso de que no podía llegar a la cumbre por congelaciones y que algo le pasaba, pues no podía moverse bien dentro de la tienda en el Campo 4, más de catorce escalores de diferentes nacionalidades decidieron dejar lo que estaban haciendo y comenzar el rescate. Unos subían y otros bajaban con medicación, agua, suero y oxígeno. Y todo eso perdiendo tiempo, dinero, fuerzas y luchando contra una tormenta de nieve que hacía casi imposible el paso.
A lo mejor es que, allí arriba, el frío y el amor a la montaña, hacen a los valientes montañeros olvidarse de fronteras y diferencias.
Y es que la montaña... es la montaña. Como escribía Gloria Fuertes.
Aún te veo, río de mi vida,
con los ojos que miran las montañas.
Yo era una montaña con almendros, montaña solitaria.
Y viniste alegre con tu canto
y me besaste toda con tu agua.
Me dejaste inquietud para la noche
y el alma enamorada.
Aún te veo, río de mi vida,
en la curva lejana,
te vas cantando más entre los chopos,
te vas cantando más que en tu llegada.
Y yo,
paralítica montaña;
inmóvil te recuerdo,
enferma de volcanes, alocada,
espero tu regreso, río loco, que pasaste besando
mi cuerpo de montaña.
Tuviste que seguir tu destino de río,
y yo el mío triste de tierra amontonada.
Me dice el viento que vas al mar,
Te sigo río mío, con los ojos, Te sigo río mío con los ojos,
ya que no puedo seguirte con las plantas.
Soñé... te quedarías a mi lado,
como un lago sin cisnes,
para siempre,
acunando mi ansia.
¡Qué locura más loca
enamorarse de un río, una montaña!