Hace 30 años, salías a la calle, dejabas la puerta de tu casa abierta, te tropezabas con tus vecinos, hablabas con ellos...veías una esquela en el poste de la luz, mirabas quién se había muerto; podía ser más o menos conocido pero era igual, sentías pena. No era agradable saber que un zierbanato o una zierbanata se había ido para siempre, ya no ibas a poder hablar más con él o ella, ni verla pasar con el cubo de zinc vendiendo txitxarros, o pintando el bote, o preparando unos anzuelos o los cedazos para coger angulas.
Ahora, sales a la calle, ves que una alcagüeta está sentada en un banco, que unos lameculos toman un vino en la puerta de un bar mientras se fuman un cigarro. No apetece saludarles, cruzas la carretera, ves una esquela y dices ""un cacique menos". No sientes dolor, es justo que el sufrimiento alcance a todos, incluso a esos pobres hombres que se creen ricos porque tienen dinero. No ves ya a nadie vendiendo txitxarros, ves sólo estómagos agradecidos al señorito nacionalista conservador, no ves a nadie pintando el bote, ni siquiera quedan ya botes para pintar, pero sí que hay quien no pinta nada y chupa del bote. Ya nadie prepara los anzuelos, ni cedazos para angulas. Ya no salen angulas, pero el pueblo está lleno de lagartijas arrastrándose al sol. Al sol, que más calienta, por supuesto.
Por eso me alegro cuando leo su nombre en una esquela.
Creo que yo he cambiado mucho en 30 años.
Zierbena, también.